miércoles, 25 de abril de 2012

CON LA SOGA AL CUELLO



Creo que al principio se les fue de las manos. Las grandes cabezas pensantes de la economía de mercado no fueron capaces de prever las consecuencias que determinados productos bancarios, como los llamados “bonos basura” (entre otros) pudieran ocasionar una reacción en cadena y la debacle del sistema.
Algunos economistas y analistas económicos ya habían advertido de este peligro. Pero eran irrelevantes, eran gentes al margen, ignorados de los “gurús” de la economía mundial.

Se dice que el gobierno de Busch barajó las tres opciones posibles respecto a los bancos contaminados:
Dejarlos hundirse, intervenirlos o rescatarlos con dinero público.
Dado el color político del gobierno norteamericano, no creo que perdieran mucho tiempo en deliberaciones. Serían los ciudadanos con sus impuestos los que cargarían con el “muerto”.

Como una peste, debido a las impúdicas relaciones extramatrimoniales que los bancos mantienen entre sí, el mal se extendió por todo el sistema bancario global.
Ahora los incendiarios vestidos de bomberos se aprestan a apagar el fuego y a vacunarnos contra futuros incendios.
Los que nos llevaron a la catástrofe nos quieren salvar.

La coartada:
Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid. Digámoslo claramente, aprovechando que este problema afecta a las economías occidentales, dañadas por otras dolencias como la amenaza de las nuevas economías emergentes, se les brinda una ocasión de oro para poner las cosas en su sitio, dar solución a este problema y poder competir en igualdad de condiciones con China y compañía.
El problema está en el mercado de trabajo. Hablando en plata, los trabajadores son el problema.(sus salarios, sus vacaciones, sus extras, sus despidos, su seguridad social, sus horarios, sus derechos adquiridos en más de doscientos años de lucha...)
Hay dos vías para intentar dar solución a este problema:
La primera, la ética, que debiera ser la lógica en países que se vanaglorian de defender los derechos humanos, sería:
No permitir importar a los países occidentales productos fabricados en los países que no garanticen unos salarios dignos y unas cuberturas sociales similares a las que los países occidentales dan a sus trabajadores.
Nuestras democracias no están dispuestas a hacerlo. Estas medidas van en contra de las sacrosantas leyes del libre mercado.(Estas leyes tienen sus excepciones, como es el caso de Cuba. No quiero defender la dictadura cubana, solo quiero poner de manifiesto la hipocresía que mantienen los mismos que bloquean el comercio con Cuba y se ufanan de conseguir contratos con China).

La segunda, la del pánico, que es justamente la contraria, conseguir que los trabajadores occidentales entren en el mercado de trabajo global aceptando unas condiciones laborales semejantes a las de los trabajadores de los países emergentes.
Para conseguirlo hay que aterrorizar a los trabajadores. En algunos países ya los tienen paralizados de miedo. (En Portugal, desde donde escribo, los trabajadores perdieron pagas extras y servicios sociales, copagan medicinas y servicios médicos y son despedidos con sólo 10 días de indemnización por año).

Para que no se les vuelva a escapar de las manos nos han puesto una soga al cuello.
¿Lo vamos a permitir? La Historia (nuestros hijos) nos juzgará.


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