Creo que al principio se les fue de las manos. Las grandes cabezas pensantes de la economía de mercado no fueron capaces de prever las consecuencias que determinados productos bancarios, como los llamados “bonos basura” (entre otros) pudieran ocasionar una reacción en cadena y la debacle del sistema.
Algunos economistas y analistas
económicos ya habían advertido de este peligro. Pero eran
irrelevantes, eran gentes al margen, ignorados de los “gurús” de
la economía mundial.
Se dice que el gobierno de Busch barajó
las tres opciones posibles respecto a los bancos contaminados:
Dejarlos hundirse, intervenirlos o rescatarlos con dinero público.
Dado el color político del gobierno
norteamericano, no creo que perdieran mucho tiempo en deliberaciones.
Serían los ciudadanos con sus impuestos los que cargarían con el
“muerto”.
Como una peste, debido a las impúdicas
relaciones extramatrimoniales que los bancos mantienen entre sí, el
mal se extendió por todo el sistema bancario global.
Ahora los incendiarios vestidos de
bomberos se aprestan a apagar el fuego y a vacunarnos contra futuros
incendios.
Los que nos llevaron a la catástrofe
nos quieren salvar.
La coartada:
Aprovechando que el Pisuerga pasa por
Valladolid. Digámoslo claramente, aprovechando que este problema
afecta a las economías occidentales, dañadas por otras dolencias
como la amenaza de las nuevas economías emergentes, se les brinda
una ocasión de oro para poner las cosas en su sitio, dar solución a este problema y poder
competir en igualdad de condiciones con China y compañía.
El problema está en el mercado de
trabajo. Hablando en plata, los trabajadores son el problema.(sus
salarios, sus vacaciones, sus extras, sus despidos, su seguridad
social, sus horarios, sus derechos adquiridos en más de doscientos
años de lucha...)
Hay dos vías para intentar dar
solución a este problema:
La primera, la ética, que debiera ser
la lógica en países que se vanaglorian de defender los derechos
humanos, sería:
No permitir importar a los países
occidentales productos fabricados en los países que no garanticen
unos salarios dignos y unas cuberturas sociales similares a las que
los países occidentales dan a sus trabajadores.
Nuestras democracias no están
dispuestas a hacerlo. Estas medidas van en contra de las sacrosantas
leyes del libre mercado.(Estas leyes tienen sus excepciones, como es
el caso de Cuba. No quiero defender la dictadura cubana, solo quiero
poner de manifiesto la hipocresía que mantienen los mismos que
bloquean el comercio con Cuba y se ufanan de conseguir contratos con
China).
La segunda, la del pánico, que es
justamente la contraria, conseguir que los trabajadores occidentales
entren en el mercado de trabajo global aceptando unas condiciones
laborales semejantes a las de los trabajadores de los países
emergentes.
Para conseguirlo hay que aterrorizar a
los trabajadores. En algunos países ya los tienen paralizados de
miedo. (En Portugal, desde donde escribo, los trabajadores perdieron
pagas extras y servicios sociales, copagan medicinas y
servicios médicos y son despedidos con sólo 10 días de
indemnización por año).
Para que no se les vuelva a escapar de
las manos nos han puesto una soga al cuello.
¿Lo vamos a permitir? La Historia
(nuestros hijos) nos juzgará.
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