miércoles, 16 de septiembre de 2009

EL UNICORNIO AZUL Y EL LAGARTO VERDE (I)







EL UNICORNIO AZUL
http://youtu.be/a81AGfl0JOY
La Habana, otoño de 1988.
Reflexión:
Todas las palabras tienen magia, hasta las más ordinarias. Esa magia no está en sí mismas. Está en la forma que se combinan, en cómo se modulan al pronunciarlas, en el estado anímico de quien las escucha, en la cadencia de la frase, en su música, en el tono de quien las utiliza…
Por eso, a veces, las palabras nos hacen vibrar,nos hunden, nos producen inenarrables sentimientos, nos elevan por encima de la realidad. Hacen de lo vulgar poesía.
Cuando las palabras van directamente al corazón sin pasar por la cabeza pueden llegar a enloquecerte, a trasladarte a otra dimensión que la razón no controla.
Las palabras son más poderosas que la razón.


EL UNICORNIO AZUL
Era media tarde. El escarabajo rojo de nuestro amigo Chocolate rodaba por la autovía que va de la capital al aeropuerto José Martí dejando tras de sí una estela de humo azul y ruido. Cuando pasamos por delante del cartel revolucionario que hay a la salida del aeropuerto, que tanto me había emocionado la primera vez que había aterrizado en La Habana (Somos un pueblo pobre, pero digno) ya no me decía nada. Íbamos dejando tras el humo a las grandes máquinas de colores encendidos ( de los años cuarenta o cincuenta) que configuraban el paisaje del tráfico habanero de finales de los ochenta: Chryslers fucsia, Chebrolets rosa, Cadillacs naranja, Buicks verde esmeralda, Fords celestes,… Habíamos almorzado en la Bodeguita del Medio, en la Habana Vieja. La pata-puerco y los frijoles negros los habíamos regado con abundantes mojitos, que presionaban sobre el acelerador del pequeño utilitario.
Fue allí, en la Bodeguita, sentados en la silla de Hemingway, de Allende, de Neruda, de Lara, de Nat-King-Cole, de Nicolás Guillén… entre cientos de fotografías de famosos y miles de autógrafos, donde tomamos la siempre difícil decisión de qué hacer con el resto de la tarde.
Zenaida Castro Romeu, la directora de orquesta, casada, en aquel entonces, con el grabador Raimundo Orozco (Ray), propuso:

Calle Empedrado. Habana Vieja. Al fondo la Catedral
-Le he prometido por teléfono a Pablo (el conocido canto-autor, Pablo Milanés, que se hallaba convaleciente de una operación de cadera), que cualquier tarde pasaría a saludarle con unos amigos.
Se refería a nosotros, a Carmen y a mí. Cada vez que viajábamos a Cuba nos instalábamos en casa de Zenaida, un modesto chalet situado en el que fuera lujoso barrio de Miramar a poniente del Vedado.
A todos nos pareció una buena idea.
Decidimos llevar algo de comida y bebida para preparar una merienda-cena.
Carmen se encargó del avituallamiento de comestibles en una tienda para extranjeros, que hay cerca de la Embajada de España (Shopings, las llamaban los nativos, porque sólo se podía comprar con dólares y los cubanos no podían acceder a ellas).
Las bebidas las agenció Raimundo Orozco aprovechando las corruptelas establecidas y consentidas, pagando en pesos cubanos (el cambio oficial era paritario; pero en el mercado negro podías conseguir de siete a diez pesos por dólar):
Raimundo y Chocolate tenían su estudio en los bajos del edificio porticado que cierra la Plaza de la Catedral al Puerto, en el que se encuentra el Museo de Arte Colonial. El Taller de Grabado de La Habana, reconocido mundialmente por la exquisitez de sus artesanos en la composición de vitolas y carátulas para las cajas de habanos, había perdido prestigio tras el triunfo de la Revolución. A los dirigentes, que despreciaban el arte burgués, les pareció interesante involucrarse en la creación de un arte popular. Nada mejor que dar vida al viejo taller, en el que entraron jóvenes artistas, como nuestros dos amigos.

Choco, Gloria, Carmen, Zenaida,Pablo Quertz,Ray y yo, después del almuerzo en la Bodeguita
El taller se encuentra a menos de cien metros de La Bodeguita. Todos los grabadores eran asiduos clientes y amigos de los encargados del establecimiento (entonces uno de los pocos en los que podías pagar en cualquiera de las tres monedas toleradas: el peso cubano, el peso rojo (para turistas de más allá del telón de acero) y el dólar. De hecho era el único en el que los turistas se podían mezclar con el pueblo o al menos con una elite. Por dieciocho pesos nos llevamos tres botellas de ron “ Havana Club cinco años” infringiendo la ley, que no permitía a los nativos este tipo de adquisiciones.
Gloria, la esposa de “Choco”(así lo llaman los amigos y así firma sus obras), se disculpó:
-Lo siento…Me apetecía saludar a Pablo. Pero tengo ensayo con la orquesta del Conservatorio… –Gloria era profesora del Conservatorio- Así os acomodáis mejor en el carro.
Chocolate conducía, Carmen en el asiento delantero, Zenaida, Raimundo y yo nos apretujamos en el asiento trasero.
Habíamos dejado atrás el aeropuerto. Zenaida señaló un alto seto que se divisaba al fondo de un campo de palmas y cocoteros:
-La casa de Silvio –Silvio Rodríguez-. Hagámosle una visita, a lo mejor se apunta a la comida.
Los cubanos se mueven en sentido contrario a la velocidad de sus pensamientos… al menos cuando no conducen.
Chocolate, giró inmediatamente a la izquierda se adentró en la vereda y frenó entre una nube de polvo ante el portal enrejado del jardín de Silvio.
Nos abrió la reja un joven apuesto. Nos miramos, todos pensamos lo mismo. Pero nadie dijo nada: La Revolución había sido muy comprensiva con los homosexuales, por considerar que chocaban con el patrón bisexual de la familia burguesa. Con el tiempo fueron cambiando su primera consideración y pasaron de ser bien vistos a ser mal vistos y posteriormente a ser prohibidas las manifestaciones públicas.
El joven apuesto reconoció a Chocolate y a Zenaida:
-El compañero, Silvio –el adjetivo compañero, sólo se utiliza delante de desconocidos- no se encuentra bien esta tarde. Le diré que están aquí “Choco” y “Senaidita” con unos amigos gallegos.
No nos sorprendió el rápido reconocimiento de nuestra nacionalidad. Los españoles que no eran descendientes de los conquistadores, los criollos de pura cepa, eran gallegos. Así llamaron los criollos a los otros españoles, que emigraron a la isla a principios del siglo XX, y que mayoritariamente procedían de Galicia, para evitar confusiones inconvenientes. Había que mantener distancias.
La primera vez que escuché la canción no reparé en la letra. Me había quedado con la melodía.
La segunda vez puse atención a la letra. Me llenó de emoción y de intriga.
Tras la introducción un solo de guitarra parece lamentarse: “Mi unicornio azul ayer se me perdió…”
Luego sigue la voz sentida del autor:
Mi unicornio azul ayer se me perdió,
pastando lo deje y desapareció.
Cualquier información bien la voy a pagar.
Las flores que dejó
no me han querido hablar.

Mi unicornio azul
ayer se me perdió,
no sé si se me fue,
no sé si se extravió,
y yo no tengo más
que un unicornio azul.
Si alguien sabe de él,
le ruego información,
cien mil o un millón
yo pagaré.
Mi unicornio azul
se me ha perdido ayer,
se fue.


Mi unicornio y yo
hicimos amistad,
un poco con amor,
un poco con verdad.
Con su cuerno de añil
pescaba una canción,
saberla compartir
era su vocación.

Mi unicornio azul
ayer se me perdió,
y puede parecer
acaso una obsesión,
pero no tengo más
que un unicornio azul
y aunque tuviera dos
yo solo quiero aquel.
Cualquier información
la pagaré.
Mi unicornio azul
se me ha perdido ayer,
se fue.


La musicalidad de la letra, la abstracción de la metáfora, despertaron en mí elevados sentimientos. Sensaciones de inquietante placidez.
El unicornio, que la mitología pinta de blanco, en la canción es azul.
No es único.
“Las flores que dejó…”. ¿Eran su alimento, eran una afición?...
¿Un amor?, ¿un sueño?, ¿un sofisticado sentimiento? ¿una ilusión?, ¿tal vez un desengaño?. Todas estas preguntas recorrían mi espina dorsal perfumadas por los acorde de la melodía.
No podía dejar pasar la ocasión:
-Silvio, ¿que es el unicornio azul?- Me atreví, después del ceremonial de presentaciones y halagos sobre los últimos trabajos de cada uno de los artistas.
-Sólo eso…Un unicornio azul. -Dijo con total naturalidad.
-¡Ya!...-Contesté desconcertado- Me refiero a la metáfora.
-Le tenía un cariño especial. Era mi preferido para componer. Me sentía cómodo con él. Era el mío.- Se molestó en estas explicaciones, ante mi desconcierto, que no lograba disipar.
-¡Ya!...-digo ahora con cierta vergüenza- Pero los unicornios no existen…
Ante las risas que provoca mi perplejidad, Raimundo Orozco me saca de la duda:
-¿Cómo que no existen? –Me dice mostrándome la cintura de sus pantalones vaqueros, en la que se distinguía una sobada figura de un pequeño unicornio gris- Es la marca de “ jeans” de la revolución.
Era la única marca de pantalones de este tipo que se podía adquirir en pesos cubanos.
-¿Decepcionado? – inquiere Silvio.
-Sí…bueno, no- digo desconcertado- . Lo cierto es que hay que tener mucha sensibilidad, mucho talento, para hacer de algo tan…tan prosaico algo tan lírico, tan poético.
A mí también se me había ido mi unicornio azul. Me seguía gustando la melodía pero “ Las flores que dejó…no me han querido hablar”
-Se fue…eee.